Ella estaba encerrada en una habitación oscura y sucia, sin ventanas ni puertas. Solo había una cámara que la vigilaba desde una esquina y un altavoz que transmitía la voz de su captor, un hombre cruel y sádico que la había secuestrado hace una semana y que se encontraba en una esquina de la habitación en la penumbra.
Ella sabía que tenía que escapar, pero no tenía ninguna esperanza. Había intentado romper la cámara, gritar, llorar, suplicar, pero nada funcionaba. Su captor solo se burlaba de ella y le decía que era su juguete, que nunca la dejaría ir.
Un día, mientras estaba sentada en el suelo, recordó algo que su padre le había enseñado cuando era niña. Su padre era un físico que le había inculcado el amor por la ciencia y la curiosidad por el mundo. Le había explicado la teoría cinética de las moléculas, que decía que las partículas que forman la materia están en constante movimiento y choque. Le había dicho que si se pudiera controlar ese movimiento, se podría alterar el estado de la materia.
Ella pensó que quizás podría usar esa teoría para escapar. Se levantó y empezó a bailar. Bailó sin parar, moviendo sus brazos y piernas en patrones cíclicos y ordenados. Bailó con ritmo y gracia, como si fuera una bailarina profesional.
Su captor se sorprendió al verla bailar. Pensó que se había vuelto loca o que quería llamar su atención. Le preguntó por el altavoz qué estaba haciendo.
Ella le respondió con voz calmada y clara:
- Estoy ordenando las moléculas de esta habitación.
- ¿Qué? ¿De qué estás hablando? - dijo él, confundido.
- Te lo explicaré - dijo ella - ¿Sabes lo que es la teoría cinética de las moléculas?
- No, ni me interesa - dijo él, impaciente.
- Pues deberías - dijo ella - Porque es lo que me va a permitir escapar.
Ella le contó lo que su padre le había enseñado. Le dijo que las moléculas de un gas se mueven al azar y chocan entre sí y con las paredes del recipiente que las contiene. Le dijo que la temperatura es una medida de la energía cinética media de esas moléculas, y que a mayor temperatura, mayor velocidad y choque.
Le dijo que su baile no era un baile cualquiera, sino una forma de ordenar las moléculas del aire de la habitación. Le dijo que con sus movimientos cíclicos estaba creando zonas de alta y baja presión, de calor y frío, de concentración y dispersión. Le dijo que estaba creando un gradiente térmico y de presión tan fuerte que iba a provocar un flujo de aire desde las zonas más calientes y comprimidas hacia las más frías y expandidas.
Le dijo que ese flujo de aire iba a crear una corriente tan potente que iba a arrastrar el oxígeno hacia su esquina de la habitación, dejándola sin aire para respirar. Le dijo que él iba a morir asfixiado, mientras que ella iba a sobrevivir gracias a la concentración en su lado de la habitación
Su captor no le creyó. Pensó que era una mentira, una fantasía, una locura. Se rió de ella y le dijo que era imposible, que no tenía sentido, que era una tontería.
Pero ella siguió bailando. Bailó con más fuerza, con más velocidad, con más precisión. Bailó como si su vida dependiera de ello.
Y así fue.
Poco a poco, el aire de la habitación se fue distribuyendo de tal forma que el captor empezó a sentir que le faltaba el aliento. Empezó a toser, a jadear, a sudar. Empezó a sentir un dolor en el pecho, una opresión en la garganta, una angustia en el alma.
Intentó pedir ayuda, pero nadie le escuchó. Intentó salir de la habitación, pero estaba cerrada. Intentó detener a la chica, pero estaba lejos.
Ella lo miró con una sonrisa triunfal. Le dijo que era su hora, que había llegado su fin, que había perdido el juego.
Él cayó al suelo, inconsciente. Ella dejó de bailar. Se acercó a la cámara y la arrancó de la pared. La usó para romper el altavoz y el candado de la puerta. Salió de la habitación y corrió hacia la libertad.
Replica a La Casa Consciente: Una Pesadilla Tecnológica – Anacrolibrum Cancelar la respuesta