6º La familia

El timbre resonó por los pasillos con un eco metálico que pareció vibrar en una frecuencia inquietante, como si las mismas paredes respondieran a su llamada. Los hermanos de blanco, moviéndose con esa precisión antinatural que los caracterizaba, los guiaron hacia el comedor comunal – un espacio que desafiaba la lógica arquitectónica del edificio, demasiado grande para encajar en los planos mentales que habían construido durante su recorrido.

La mesa se extendía como una antigua sierpe blanca, sus manteles impolutos reflejando la luz halógena con un brillo enfermizo. Los alimentos dispuestos sobre ella parecían demasiado perfectos, como si hubieran sido pintados por un artista obsesionado con la simetría: frutas sin una sola marca, pan de una uniformidad imposible, mermeladas que brillaban como joyas líquidas.

Anna intercambió miradas con sus compañeros, un lenguaje silencioso nacido del terror compartido. La comida, en su perfección antinatural, podría ser un vehículo para algo más siniestro que un simple veneno. Fernando asintió con resignación – la inanición no era una opción en este juego macabro. Akio, con una calma que rayaba en lo suicida, mordió una manzana que crujió con un sonido demasiado cristalino para ser real.

Fue entonces cuando el líder se alzó, su figura recortada contra la luz como una sombra inversa en su traje blanco. Su voz resonó con una gravedad que pareció hacer vibrar el aire mismo:

«Queridos hermanos y hermanas…» Las palabras fluían como un río de aceite negro, cada sílaba cargada con un peso ancestral. «Hoy es un día especial…» Y en esa frase simple se escondía una amenaza velada, una promesa oscura.

Su discurso sobre la misión divina se entretejía con referencias al sol que sonaban como ecos de cultos olvidados, más antiguos que la civilización misma. Cada mención a la luz y la verdad parecía una burla cósmica, considerando la oscuridad que Anna podía sentir pulsando bajo la superficie de cada palabra.

El Tajy o Lapacho, esos árboles consumidos por una podredumbre negra, se convertían en su narrativa en símbolos sagrados. Pero Anna podía ver la verdad retorcida en esta interpretación – la infección que devoraba los árboles no era un accidente, sino un presagio.

Cuando habló del gran cambio venidero, del sol oscureciéndose y la luna sangrando, sus palabras resonaron con una terrible familiaridad. ¿No había leído algo similar en el anacrolibrum? ¿No hablaba el libro de convergencias cósmicas y realidades superpuestas?

Los hermanos y hermanas asentían con un fervor mecánico, sus rostros reflejando una devoción que parecía programada. Sus expresiones idénticas creaban un efecto caleidoscópico de carne y hueso que amenazaba con destruir la cordura de quien los observara demasiado tiempo.

La advertencia sobre los «enemigos» sonó como una sentencia de muerte apenas velada. Las palabras «agentes del mal» parecían dirigidas directamente a ellos, aunque Anna sospechaba que la verdadera batalla se libraba en un plano muy diferente al de la simple moralidad humana.

Cuando el grito final resonó – «¡Alabado sea el sol!» – el eco se multiplicó en docenas de voces idénticas, creando una cacofonía que pareció rasgar el velo de la realidad por un instante. Anna sintió que algo antiguo y terrible respondía a ese llamado, algo que acechaba más allá de las paredes de este edificio anacrónico, más allá de los árboles infectados, más allá de la comprensión humana.

En ese momento, mientras el cántico reverberaba en las paredes, Anna comprendió que no estaban simplemente cautivos de una secta – estaban atrapados en el epicentro de algo mucho más vasto y terrible, algo que el anacrolibrum apenas había empezado a revelar. La «entidad» que mencionaba su padre comenzaba a tomar forma en su mente, aunque esa forma amenazaba con destruir su cordura si la contemplaba demasiado tiempo.

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  1. […] Publicado por Bloguer 10 el 20 febrero, 20249 enero, 2024 Capitulo 10: La familia […]

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