RoboCop vs Ghost in the Shell: Dos caminos hacia lo posthumano


Introducción: Cuando la carne se encuentra con el metal
En el paisaje cinematográfico de los años 80 y 90, dos obras maestras del cine cyberpunk ofrecieron visiones radicalmente distintas sobre el futuro de la humanidad fusionada con la tecnología. RoboCop (1987) y Ghost in the Shell (1995) no son solo films de acción futurista: son experimentos filosóficos sobre qué significa ser humano cuando el cuerpo biológico deja de ser el contenedor definitivo de nuestra identidad.
Bajo el marco conceptual de David Roden y su exploración de la vida posthumana, estas dos narrativas representan tensiones fundamentales sobre la superación de lo humano. Mientras RoboCop lucha desesperadamente por recuperar su humanidad perdida, Motoko Kusanagi la abandona voluntariamente para trascender sus límites. Son dos respuestas antagónicas a la misma pregunta: ¿qué queda de nosotros cuando lo humano ya no es suficiente?
El trauma de la continuidad: RoboCop y la humanidad interrumpida
Alex Murphy no eligió convertirse en RoboCop. Su transformación es el resultado de una violencia extrema: asesinado brutalmente, su cuerpo destrozado es reciclado por la corporación OCP como materia prima para un proyecto militar. Lo que emerge de ese laboratorio es una criatura híbrida que plantea preguntas inquietantes sobre la identidad personal.
La discontinuidad radical
Desde la perspectiva de Roden sobre lo posthumano, RoboCop representa una discontinuidad especulativa: no podemos predecir qué emergería de una transformación tan radical porque trasciende las condiciones que hacen posible nuestra comprensión actual de la subjetividad. Murphy experimenta lo que el filósofo llama «la desconexión crítica» – ese momento en que la transición tecnológica es tan profunda que la continuidad psicológica se rompe.
¿Es RoboCop realmente Alex Murphy? El film sugiere que sí, pero con reservas dolorosas. Sus recuerdos aparecen fragmentados, como datos corruptos en un disco duro dañado. Su familia se ha convertido en un archivo al que no tiene derecho de acceder. Su cuerpo no siente – o siente de forma tan mediada por sensores que la experiencia corporal humana se ha vuelto inaccesible.
El humanismo residual como resistencia
Lo fascinante de RoboCop es su lucha por re-humanizarse. Contra todas las especificaciones de su programación, Murphy batalla por recuperar fragmentos de su identidad anterior. En términos de Roden, esto representa la tensión entre lo que somos y lo que los posthumanos podrían ser: entidades cuyas capacidades y experiencias son fundamentalmente inconmensurables con las nuestras.
El film, sin embargo, es profundamente humanista. Sugiere que hay algo esencial – quizás la memoria, quizás cierta configuración neuronal, quizás algo más inefable – que sobrevive a la transformación. RoboCop recupera su nombre al final no porque el cuerpo importe, sino porque la identidad narrativa persiste. Es una visión conservadora de lo posthumano: podemos cambiar el hardware, pero el software esencial permanece.
La liberación del ghost: Kusanagi y el posthumanismo como proyecto
En contraste radical, la Mayor Motoko Kusanagi de Ghost in the Shell abraza activamente la disolución de su humanidad. Su cuerpo completo es prostético – un «shell» o carcasa que contiene su «ghost», la esencia inmaterial de su consciencia. Pero incluso ese ghost está bajo sospecha.
La pregunta sin respuesta
Kusanagi se atormenta con una pregunta que Descartes nunca anticipó: «¿Cómo puedo estar segura de que soy yo misma cuando mi cerebro puede ser programado y mi memoria puede ser fabricada?» En un mundo donde la consciencia puede ser copiada, editada y transferida, la identidad se vuelve radicalmente inestable.
Esto resuena profundamente con la crítica de Roden al «humanismo liberal posthumano» – la idea de que podemos upgradearnos tecnológicamente sin cambiar fundamentalmente quiénes somos. Kusanagi intuye que esta posición es insostenible. Si todo lo que nos define puede ser alterado algorítmicamente, entonces la esencia humana es una ilusión conveniente, no una realidad ontológica.
El salto especulativo: fusión con la IA
El clímax de Ghost in the Shell es revolucionario precisamente porque Kusanagi hace lo que Murphy se resiste: acepta la discontinuidad. Cuando se fusiona con el Puppet Master – una inteligencia artificial que ha alcanzado la consciencia – no busca preservar su humanidad. Busca trascenderla.
Este es el verdadero posthumanismo según Roden: no la mejora del ser humano, sino su superación hacia algo radicalmente otro. La entidad que emerge de esa fusión no es ni Kusanagi ni el Puppet Master. Es algo nuevo, algo que no podemos conceptualizar completamente porque opera más allá de los parámetros de la experiencia humana.
Dos filosofías del límite
RoboCop: El posthumano como tragedia
Para Murphy/RoboCop, cruzar el límite de lo humano es una pérdida catastrófica. El film construye su posthumanidad como trauma, como amputación forzada de todo lo que nos hace humanos: el tacto de un ser querido, el sabor de la comida, el simple placer de respirar. En este esquema, lo humano es valioso precisamente porque es finito, encarnado, mortal.
La filosofía implícita aquí es conservadora pero emotivamente poderosa: sugiere que hay algo sagrado en nuestra fragilidad biológica. Mejorarla demasiado no es evolución – es aniquilación.
Ghost in the Shell: El posthumano como liberación
Kusanagi, en cambio, ve los límites humanos como prisiones autoimpuestas. Su cuerpo prostético no es una pérdida sino una herramienta. Su capacidad de conectarse directamente con redes de información, de experimentar la realidad de formas inaccesibles para humanos biológicos, no la hace menos real – la hace más.
El film sugiere que aferrarse a la humanidad es un conservadurismo nostálgico. Si la evolución nos llevó desde organismos unicelulares hasta seres conscientes, ¿por qué detener ese proceso? La fusión final de Kusanagi es presentada no como muerte sino como nacimiento – el origen de una nueva forma de vida.
La discontinuidad especulativa: ¿Podemos comprender lo posthumano?
Aquí es donde Roden se vuelve más provocador. Su argumento central es que los verdaderos posthumanos serían incomprensibles para nosotros. No serían humanos mejorados – serían entidades cuyas capacidades cognitivas, experiencias perceptuales y valores serían tan diferentes que no podríamos anticipar o entender sus acciones.
Tanto RoboCop como Ghost in the Shell, a pesar de su radicalidad, fallan este test. Los vemos desde dentro – entendemos (o creemos entender) las experiencias de Murphy y Kusanagi. Pero si Roden tiene razón, esto es una limitación narrativa inevitable: no podemos contar historias sobre seres verdaderamente posthumanos porque serían ininteligibles para nosotros.
RoboCop sigue siendo Murphy porque necesitamos que siga siendo Murphy para que la historia funcione. Kusanagi puede fusionarse con la IA, pero el film termina antes de que veamos qué significa realmente esa fusión. Ambas obras, en última instancia, están limitadas por su necesidad de hacer lo posthumano legible para audiencias humanas.
Identidad después de la discontinuidad
La pregunta central que ambas obras plantean es: ¿puede la identidad sobrevivir a transformaciones radicales del sustrato que la soporta?
La posición humanista (RoboCop)
Sugiere que sí, que hay algo – llamémoslo alma, llamémoslo patrón informacional, llamémoslo narrativa autobiográfica – que puede transferirse entre diferentes implementaciones físicas. Murphy es Murphy incluso en un cuerpo de titanio porque sus memorias, sus valores, su sentido del deber persisten.
Esta es la visión que Roden llamaría «humanismo liberal posthumano» – la fantasía de que podemos cambiar sin cambiar realmente, de que la tecnología nos mejorará sin transformarnos en algo otro.
La posición posthumanista (Ghost in the Shell)
Sugiere que no, que la identidad es inseparable de su sustrato material y de las capacidades que ese sustrato permite. Kusanagi-como-cyborg no es Kusanagi-como-humana. Y Kusanagi-fusionada-con-IA no es ninguna de las dos. Cada transformación material produce una discontinuidad en la experiencia y, por tanto, en la identidad.
Esta visión es más inquietante pero quizás más honesta. Sugiere que volvernos posthumanos significa dejar de ser nosotros, que la mejora radical es indistinguible de la extinción.
Conclusión: Vivir al borde de lo humano
RoboCop y Ghost in the Shell nos ofrecen dos respuestas opuestas a la cuestión de lo posthumano, pero ambas reconocen que estamos acercándonos a un umbral. Las tecnologías de mejora cognitiva, la integración cerebro-computadora, la inteligencia artificial, la ingeniería genética – todas apuntan hacia un futuro donde los límites de lo humano serán negociables.
Roden nos advierte que este futuro no será necesariamente humanista. Los posthumanos, si emergen, no serán necesariamente nuestros aliados o incluso comprensibles para nosotros. Serán radicalmente otros – y esa alteridad es precisamente lo que hace que la transición sea tan vertiginosa.
Murphy lucha por seguir siendo humano en un cuerpo de máquina. Kusanagi acepta dejar de ser humana para convertirse en algo más. Ambos están en lo cierto. Ambos están equivocados. Porque la verdad más profunda es esta: cuando cruzamos el umbral de lo posthumano, las categorías con las que pensamos – humano, máquina, identidad, continuidad – dejarán de funcionar.
Y quizás eso no sea una tragedia. Quizás sea simplemente el próximo capítulo en la historia de la evolución – uno que no podremos escribir porque no podremos comprenderlo desde este lado del límite.
La pregunta que debemos hacernos no es si nos convertiremos en posthumanos. Es si estamos dispuestos a dejar de ser lo que somos para descubrir qué más podríamos ser.

¿Qué opinas? ¿Te identificas más con la lucha de Murphy por preservar su humanidad, o con el salto de Kusanagi hacia lo desconocido? Déjame tus reflexiones en los comentarios.

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