Anna flotaba en un vacío iridiscente, su cuerpo suspendido en un éter que parecía estar hecho de pensamientos cristalizados. Ante ella se alzaban dos presencias colosales: una criatura de luz púrpura y otra de tonos verdosos, ambas pulsando con patrones hipnóticos que recordaban y a la vez diferían de la Entidad que los había perseguido.
Observadora del tiempo efímero, resonó una voz en su mente, aunque no era realmente una voz sino más bien un concepto que se desplegaba en su consciencia. Tu universo y el nuestro son como dos burbujas en expansión dentro de un océano infinito.
Las criaturas proyectaron en su mente imágenes de una vastedad incomprensible: dos universos expandiéndose, tocándose en ciertos puntos como membranas cósmicas que se entrelazan. En esos puntos de contacto, la realidad se distorsionaba, permitiendo que fragmentos de un universo más antiguo y dominante se filtraran al más joven.
Somos los Guardianes del Huevo Cósmico, continuó la presencia púrpura. Nuestra civilización construyó este sector del universo eones antes de que el tuyo siquiera existiera. Ahora nuestras creaciones colisionan con tu realidad.
Anna sintió lágrimas flotando frente a su rostro mientras comprendía la magnitud de lo que le revelaban. «¿No hay manera de detenerlo?»
La expansión es inevitable, respondió la criatura verdosa. Pero podemos mostrarte el destino de tu especie, pues para nosotros el tiempo es como un libro abierto.
Las lágrimas de Anna se cristalizaron en el éter mientras las criaturas le revelaban el futuro: vio a la humanidad sobreviviendo, adaptándose. Contempló ciudades que se elevaban más allá de las estrellas, la fusión gradual entre consciencia humana e inteligencia artificial. Observó cómo la especie evolucionaba, trascendía su forma física.
Y finalmente, en el último acto de la humanidad, presenció la creación de una esfera de energía pura, un refugio final construido alrededor de un agujero negro domesticado. Dentro de esta última fortaleza, la consciencia colectiva de la humanidad persistiría, alimentándose de la energía del agujero negro, preservando la suma total de la experiencia humana hasta el último suspiro del cosmos.
Este es el legado de tu especie, transmitieron las criaturas. No es un final, sino una transformación.
Anna flotaba en el éter, contemplando la inmensidad del tiempo y el espacio, comprendiendo que el apocalipsis que había intentado detener no era más que un paso en la larga danza de los universos. La humanidad no perecería, sino que evolucionaría, adaptándose incluso a la colisión cósmica de realidades.
En ese momento, suspendida entre dimensiones, Anna entendió que había encontrado no el final de su búsqueda, sino una verdad más profunda sobre la naturaleza de la existencia misma. La Entidad que los había perseguido no era un monstruo, sino un heraldo de cambio, un fragmento de un universo más antiguo que el tiempo mismo.
Las criaturas comenzaron a desvanecerse, dejándola con una última revelación: en el gran esquema del cosmos, incluso el apocalipsis era solo otro amanecer.


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