16º El Dolmen: Revelaciones Ancestrales en el Caos

El amanecer teñía el cielo de carmesí cuando la lancha atravesó la cortina de agua. El rugido de las cataratas ahogaba casi todo sonido, pero no pudo ocultar el disparo. Akio se desplomó sin un grito, sus ojos abiertos en sorpresa eterna.

«¡No!» El grito de Anna se perdió entre el estruendo del agua. A través de la bruma, vieron las siluetas: la familia, sus rostros deformados por la influencia de la Entidad, sus movimientos erráticos como marionetas mal manejadas.

Fernando agarró a Anna del brazo y corrieron por las pasarelas resbaladizas. Detrás de ellos, la Entidad se alzaba como una montaña de oscuridad contra el cielo naciente, sus tentáculos penetrando las nubes. Dos de estos apéndices se elevaron sobre las cataratas y, con un movimiento antinatural, exprimieron las nubes. Una lluvia de plasma rosa comenzó a caer, espesa y brillante como mercurio fluorescente.

«¡El dólmen!» gritó Fernando, mientras el plasma les empapaba. «¡Está reaccionando al amanecer!»

Anna, cubierta por completo del líquido rosa, observó cómo Fernando manipulaba los símbolos del antiguo monolito con ayuda del Anacrolibrum. Sus dedos se movían con precisión desesperada, traduciendo patrones que parecían cambiar bajo la luz del alba.

Un estruendo más profundo que el de las cataratas sacudió la tierra. De uno de los flancos de la cascada, emergió lentamente una piedra colosal, cubierta de inscripciones que brillaban con una luz propia. El agua se apartaba de ella como si la temiera, creando un espacio imposible en la cortina líquida.

Anna miró hacia atrás. La familia poseída se acercaba, y tras ellos, la Entidad parecía crecer, oscureciendo el amanecer. Las inscripciones en la piedra emergente pulsaban ahora con un ritmo que parecía llamarla.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el borde. El plasma rosa que la cubría comenzó a resonar con las marcas de la piedra ancestral. Se lanzó al vacío, su cuerpo trazando un arco sobre el abismo rugiente.

En esos eternos segundos de caída, las inscripciones cobraron sentido ante sus ojos. Eran más antiguas que cualquier lenguaje humano, más viejas que la propia noción del tiempo. Y entonces, justo antes de impactar contra la roca, el aire se rasgó ante ella como una cortina, revelando un túnel de luz que desafiaba toda comprensión.

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