La lancha de Filemón rugía por el río mientras tras ellos, la monstruosa silueta de la Entidad se recortaba contra el cielo nocturno, sus tentáculos serpenteando entre las nubes como relámpagos verdosos.
«¡El agua!» gritó Anna sobre el rugido del motor, sus dedos volando sobre las páginas del libro. «¡La corrupción no puede cruzar el agua pura! ¡Por eso los símbolos del embarcadero eran diferentes!»
Detrás de ellos, podían ver cómo la vegetación de las orillas se retorcía y ennegrecía al paso de la criatura, los árboles transformándose en versiones grotescas de sí mismos, sus ramas estirándose hacia el cielo como dedos suplicantes.
«¡Aquí!» exclamó Fernando, señalando un pasaje en el anacrolibrum. «Los dólmenes… no son solo marcadores. Son interruptores de realidad, puntos donde el velo entre mundos es más delgado.»
Akio, que mantenía la vista fija en la Entidad que los perseguía, señaló algo en el libro. «Las cataratas… el texto habla de ‘la cortina de agua que oculta la puerta primordial’. ¡Está en Iguazú!»
Un tentáculo se estrelló contra el agua cerca de ellos, y la lancha casi volcó. Donde la criatura tocaba el río, el agua comenzaba a corromperse, transformándose en un fluido espeso y fosforescente, pero la corriente natural del Paraná parecía luchar contra la infección, diluyéndola.
«Los antiguos lo sabían,» murmuró Filemón, virando bruscamente para evitar otro tentáculo. «Por eso construyeron los templos cerca del agua. Era una protección.»
Anna continuó traduciendo frenéticamente: «El dólmen de las cataratas… dice que fue construido antes de que el hombre aprendiera a contar el tiempo. Es un… ¿un interruptor de emergencia?»
Un rugido sobrenatural hizo vibrar el aire mismo. La Entidad parecía estar transformándose mientras los perseguía, su forma volviéndose más definida pero no menos horrorosa. Los símbolos en su piel pulsaban ahora con un ritmo que parecía burlarse de los latidos de sus corazones.
«¡Casi amanece!» gritó Fernando. «¡El 7 de julio está comenzando!»
La lancha giró en un recodo del río, y ante ellos se alzó la bruma de las cataratas. El rugido del agua caía como un trueno constante, y en la penumbra del amanecer, podían ver un resplandor azulado entre la cortina de agua, diferente del enfermizo verde que los perseguía.
«Los dólmenes son una red,» leyó Anna, su voz temblando. «Si activamos uno, podemos… ¿reiniciar la realidad?»
Detrás de ellos, la Entidad emitió un sonido que era tanto una risa como un grito de rabia. La corrupción se extendía cada vez más rápido, pero el agua de las cataratas brillaba con una luz propia, antigua y poderosa.
«Tenemos que llegar a ese dólmen,» dijo Akio, mientras la lancha se dirigía hacia la cortina de agua. «Antes de que Eso nos alcance.»
El amanecer del 7 de julio comenzaba a teñir el cielo de rojo sangre, y ante ellos, las cataratas rugían con la fuerza de un millón de años de agua cayendo. En algún lugar detrás de esa cortina líquida, un interruptor ancestral esperaba ser activado, y el tiempo se les acababa.


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