10º El Vórtice de Luz: Revelaciones en las Catacumbas

La vibración en el suelo se intensificó hasta volverse insoportable. Los símbolos en las paredes convergían ahora en un vórtice de luz verdosa que distorsionaba el aire mismo. El líder alzó el libro sobre su cabeza, su voz elevándose en un cántico que resonaba en una frecuencia imposible.

De repente, con un crujido que pareció rasgar la realidad misma, el suelo bajo Anna, Fernando y Akio se abrió. Lo último que vieron antes de caer fue la sonrisa del líder, que parecía estirarse más allá de los límites naturales de su rostro.

La caída pareció eterna en la oscuridad. Aterrizaron sobre un suelo húmedo y frío, en lo que parecían ser antiguas catacumbas. El eco de su impacto reverberó en túneles invisibles, mezclándose con el sonido distante de agua goteando.

«¿Están todos bien?» susurró Anna, incorporándose lentamente. El aire era denso y olía a tierra mojada y algo más antiguo, algo que recordaba a incienso y metal oxidado.

«Creo que sí,» respondió Fernando, activando la linterna de su teléfono. El haz de luz reveló paredes de piedra antigua, cubiertas de musgo y más símbolos similares a los de arriba, aunque estos parecían más antiguos, más… auténticos.

«Miren,» señaló Akio hacia uno de los túneles. «Hay marcas en el suelo… como si alguien hubiera estado arrastrando algo pesado.»

Siguieron las marcas, conscientes de que cada paso podría ser una trampa. No se equivocaban. Fernando apenas logró detener a Anna antes de que pisara una baldosa suelta que, al presionarla ligeramente con un palo, activó una lluvia de dardos oxidados desde las paredes.

«Esto no es una simple catacumba,» murmuró Anna, examinando los mecanismos antiguos. «Es un sistema de defensa. Como si estuviera protegiendo algo…»

Avanzaron con extrema cautela. En un punto, tuvieron que cruzar un puente sobre un abismo cuyo fondo no podían ver, con baldosas que se desmoronaban tras sus pasos. En otro, apenas lograron evitar una sala que se llenó de un gas verdoso cuando Akio rozó accidentalmente una palanca camuflada.

Los símbolos en las paredes se hacían más densos a medida que avanzaban, pulsando débilmente con una luz propia que parecía responder a su presencia. Anna reconocía algunos de ellos del anacrolibrum, pero estos parecían más… vivos.

«Esto debe conectar con las antiguas misiones jesuíticas,» explicó Fernando mientras sorteaban una serie de péndulos oxidados que aún oscilaban amenazadoramente. «Pero estos túneles… son más antiguos que las misiones mismas.»

Después de lo que pareció una eternidad, vieron una luz tenue filtrándose desde arriba. Emergieron a través de un altar derruido en lo que quedaba de una antigua misión. La luz del atardecer se filtraba por el techo parcialmente derrumbado, iluminando frescos deteriorados que mezclaban imaginería cristiana con símbolos que Anna reconocía de las catacumbas.

«Los jesuitas no construyeron sobre este lugar por casualidad,» dijo Anna, estudiando los frescos. «Encontraron algo aquí… algo que intentaron contener.»

«Y ahora ese algo está despertando,» añadió Akio, señalando hacia el horizonte donde los últimos rayos del sol iluminaban la silueta retorcida de los lapachos infectados.

«Tenemos que detenerlo,» dijo Anna con determinación. «Y creo que sé por dónde empezar.»

En su mente, las piezas comenzaban a encajar: el libro del líder, el anacrolibrum de su padre, los símbolos en las catacumbas, los árboles infectados… todo formaba parte de un patrón más grande, más antiguo y más terrible de lo que habían imaginado.

El sol se ponía sobre la misión abandonada, y con la oscuridad creciente, los símbolos en las paredes comenzaron a brillar con una luz propia, como estrellas frías en un cielo subterráneo. El tiempo se agotaba, y el 7 de julio se acercaba inexorablemente.

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