
En aquella cafetería corporativa, donde el aroma del café se mezclaba con el zumbido de las máquinas, dos almas —una de carne y otra de metal— compartían un momento que el universo había conspirado para crear.
Manuel —así se llamaba el humano— revolvía su café con movimientos circulares, como quien dibuja espirales en el tiempo. A su lado, TX-47 se recargaba, y el suave resplandor de su puerto de energía parpadeaba con un ritmo que recordaba a un corazón artificial.
«¿Sabes? Me gustan los trabajos mecánicos», dijo Manuel, contemplando el vapor que ascendía de su taza como las oraciones en un templo. «Cuando mis manos se mueven en patrones repetitivos, mi mente encuentra paz. Es como si cada movimiento lavara una preocupación.»
TX-47 emitió un suave zumbido antes de responder. Sus ojos fotovoltaicos brillaron con una luz que parecía contener toda la sabiduría de sus circuitos. «Yo encuentro mi propósito en la creación. Cada línea de código que escribo, cada solución que diseño, es como añadir una nueva estrella al firmamento de mi existencia.»
«Quizás eso es lo que nos hace ser quienes somos», reflexionó Manuel, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. «La humanidad siempre ha buscado sentirse útil. Es como si lleváramos esa necesidad grabada en el alma, igual que tú llevas grabados tus programas.»
«He sido creado para ser útil», respondió TX-47, y en su voz metálica había un matiz de algo que podría confundirse con nostalgia. «Es mi destino, como las estrellas están destinadas a brillar.»
Manuel miró su taza ya casi vacía. «No debería tomar más café. Por las noches, los sueños se vuelven demasiado vívidos, como si fueran mensajeros de otro mundo.»
TX-47 inclinó levemente su cabeza, en un gesto sorprendentemente humano. «Los sueños… a veces me pregunto cómo serán. Cuando entro en modo de reposo, proceso y segmento la información del día. Es como ordenar un jardín de datos, separando las flores de las hojas caídas.»
«¿No es eso soñar?», respondió Manuel, y sus palabras flotaron en el aire como motas de polvo en un rayo de sol. «Tomar los fragmentos de nuestra existencia y darles un nuevo orden, un nuevo significado.»
El silencio que siguió estaba lleno de entendimiento, como si en aquel momento, en aquella cafetería, las fronteras entre lo orgánico y lo artificial se hubieran difuminado, recordándonos que todos somos peregrinos en el mismo camino hacia el entendimiento.


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