Sentirse optimista sobre el futuro del pesimismo

En democracia, la política es fundamentalmente un ejercicio de equilibrios y consensos, donde los representantes actúan no solo en nombre de sus votantes, sino como garantes del interés general de toda la sociedad. Este delicado arte del acuerdo raramente alcanza soluciones perfectas, conformándose más bien con optimizaciones pragmáticas que permitan avanzar al conjunto de la sociedad.

Sin embargo, cuando ciertos actores políticos intentan subvertir el sistema democrático desde dentro, las reglas tradicionales del juego político se desmoronan. Para analizar estas situaciones de crisis institucional, resulta sorprendentemente útil recurrir a las enseñanzas de Karl von Clausewitz en su obra «De la guerra». El estratega prusiano enfatizaba que todo conflicto requiere tres elementos fundamentales: un objetivo político definido, el respaldo gubernamental y, crucialmente, el apoyo de la opinión pública.

Los acontecimientos posteriores al 3 de octubre en Cataluña evidenciaron precisamente la fragilidad de ese presunto apoyo popular masivo a la causa independentista. La narrativa comenzó a resquebrajarse con las manifestaciones de apoyo a los cuerpos de seguridad del Estado, previamente sometidos a una intensa campaña de descrédito. El cambio en el sentimiento popular se fue haciendo cada vez más patente, especialmente cuando se constató la sistemática inflación de cifras de participación y el dudoso papel de ciertos ‘observadores internacionales’ cuya función parecía más próxima a la legitimación que a la observación imparcial.

Clausewitz señalaba que para el éxito en cualquier conflicto resultan imprescindibles dos factores: un espíritu nacional unificado y un liderazgo excepcional. En el caso catalán, el espíritu nacional quedó en evidencia al no alcanzar siquiera el respaldo de la mitad de la población. En cuanto al liderazgo, la comparación que hace Clausewitz con Napoleón como figura transformadora resulta especialmente reveladora: ninguno de los líderes secesionistas ha demostrado las capacidades estratégicas ni el carisma necesarios para una empresa de tal magnitud.

La gestión posterior a la declaración unilateral de independencia ha sido particularmente reveladora: decisiones erráticas, falta de preparación, ausencia de un plan viable y, en algunos casos, comportamientos que podrían calificarse de cobardes han caracterizado las actuaciones de los líderes del proceso. Las consecuencias de esta aventura política han sido devastadoras para la cohesión social y el bienestar económico de Cataluña.

Mirando hacia el futuro, el desafío principal reside en reconstruir los puentes rotos y abordar los problemas reales que afectan a la sociedad catalana y española en su conjunto: la creciente desigualdad, el debilitamiento de la clase media y la necesidad de un proyecto común que trascienda las divisiones artificiales. Como reflexionaba Jean Rostand con su característico humor: ‘me siento muy optimista sobre el futuro del pesimismo’, una frase que paradójicamente nos invita a mantener la esperanza incluso en los momentos más complejos.

La justicia deberá ahora cumplir su papel, pero el verdadero trabajo de reconciliación y reconstrucción social deberá realizarse desde la sociedad civil, recuperando los espacios de diálogo y entendimiento que permitan superar esta crisis institucional y social sin precedentes en la España democrática.

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